Peregrinos de la esperanza
año jubilar 2025
Serie semillas de esperanza
Quinta semilla: La consagración
Padre Reegan Soosai, CMF
Misionero Claretiano
“La consagración es nuestra respuesta a la llamada de Dios, un acto de entrega que nos une a su voluntad y fortalece nuestra esperanza.”

¡Queridos peregrinos de Esperanza del año jubilar 2025!
La palabra «consagración» procede del latín consecratus, que significa «dedicado, devoto y sagrado». Se forma a partir del prefijo con- que significa «con» y la palabra latina sacer, que significa «sagrado». En griego, el término consagración está estrechamente relacionado con «Cristo» (Χριστός), que significa «el Ungido».
En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús siendo presentado en el Templo por sus padres, José y María, 40 días después de su nacimiento, para ser consagrado únicamente a Dios (Lucas 2, 22-24). A partir de este momento, la vida de Jesús es una vivencia continua de esta consagración, cumpliendo fielmente su misión de salvación.
¿Eres una persona consagrada?
“¿Sabías que tú también estás consagrado?
La consagración es una declaración de estar apartado y dedicado al servicio de Dios para un fin superior.”
Nuestra consagración comienza con la creación misma, tal como se describe en la Biblia:
“Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó
(Génesis 1:27)”
Porque estamos hechos a imagen de Dios, llevamos su vida dentro de nosotros. Como cristianos, recibimos una consagración especial en el bautismo, donde nos unimos a Cristo y somos llamados a vivir como sus hijos. En este sentido, llevamos el «apellido» de Cristo.
Por ejemplo, yo podría llamarme “Reegan Soosai Cristo”. Esta consagración bautismal es una fuente de gracia que nos capacita a lo largo de nuestro viaje terrenal y nos da esperanza para la vida eterna.
Vivir nuestra consagración.
¿Cómo vivimos esta consagración? ¿Estamos total y únicamente consagrados a Dios y a Su voluntad?
Jesús oró a su Padre:
“Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad
(Juan 17:17)”
La verdad es que Dios es amor (1 Juan 4:8), Jesús es nuestro Salvador (Juan 3:16) y el Espíritu Santo es nuestra esperanza (Romanos 15:13). Esta verdad debe ser discernida, aprendida y vivida en nuestra vida diaria, un reto que nos llama a la renovación constante. El objetivo último de la consagración es permitir que Dios transforme nuestra humanidad y nos lleve a experimentar su divinidad, llevándonos a una comunión total con Él (2 Pedro 1:4).
“La consagración implica dos movimientos:
1. La llamada de Dios
2. Nuestra respuesta.
Nuestra respuesta puede variar:
rechazo, indiferencia, aceptación parcial o entrega total.”
Cuando respondemos plenamente, somos consagrados y enviados a proclamar la verdad de la vida y la salvación (Isaías 6:8).
La consagración implica entregarse a Dios y confiar en su perfecta voluntad. Es un acto de devoción alimentado por la esperanza en las promesas de Dios:
“Consagrasen, porque mañana el Señor hará maravillas entre ustedes.
(Jos 3,5)”
Esta consagración de sacerdotes, monjas y hermanos (casi un millón en el mundo) es un poderoso testimonio de la promesa de Dios de unión con Él y tiene el significado escatológico de lo que está por venir. Sin embargo, todo creyente está llamado a vivir una vida consagrada, confiando en el plan de Dios y trabajando por su santificación.
Pasos prácticos para la consagración:
1. Rodéate de compañeros creyentes que te animen a confiar en las promesas de Dios
2. Sumérgete en las Escrituras para permanecer arraigado en la verdad de Dios.
3. Utiliza la adoración, la oración y la música sagrada para acercarte a Dios y recordar su bondad.
Una consagración orante: San Antonio María Claret nos recuerda que la oración es una forma de consagración a la voluntad de Dios:
“Orar es elevar el entendimiento y el corazón a Dios... consagrarse por entero a su santísima voluntad, desear y procurar que nadie le ofenda, y que todos le conozcan, le amen y le sirvan con perfección.”
Esperanza y Consagración: Un ciclo divino
La esperanza inspira la consagración: Cuando creemos en las promesas de Dios, como el FIAT de María, «Hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38), nos sentimos movidos a consagrarnos a Dios.
La consagración fortalece la esperanza: A través de la consagración, profundizamos nuestra confianza en Dios, incluso en medio de los desafíos de la vida.
Ambas conducen a la santificación: La esperanza nos da visión, mientras que la consagración proporciona acción, transformándonos a semejanza de Cristo (2 Corintios 3:18).
Oración de San Ignacio de Loyola:
Toma, Señor, recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad.
Todo lo que tengo y todo lo que poseo, Tú me lo has dado;
a ti, Señor, te lo devuelvo. Todo es Tuyo;
haz con ello lo que quieras.
Dame sólo Tu amor y Tu gracia;
eso me basta.Amen
¡Somos peregrinos de la esperanza!
¡Que viva la esperanza!