Peregrinos de la esperanza
año jubilar 2025
Serie semillas de esperanza
Semilla 35: El proceso del duelo
(Pérdida y nueva vida)
Padre Reegan Soosai, CMF
Misionero Claretiano
El duelo es sufrimiento, pero en Cristo se convierte en esperanza, consuelo y nueva vida.

Queridos peregrinos de Esperanza del año jubilar 2025!
Esta semana quisiera reflexionar con ustedes sobre el proceso del duelo.
Como seres humanos, todos experimentamos pérdidas en nuestra vida diaria:
- La muerte de seres queridos
- Mudarse de una casa a otra
- Perder un trabajo
- Dejar el propio país
- Amistades rotas
- Enfrentarse a la realidad de nuestro propio envejecimiento.
Cuando perdemos a alguien o algo:
¿qué sentimos?
¿Cómo respondemos?
¿Cómo llevamos esas experiencias?
En toda pérdida hay una dimensión psicológica y una dimensión espiritual. A menudo me pregunto:
¿cómo vivió nuestra Santísima Madre María su duelo?
¿Cómo llevó Jesús su tristeza en el Huerto de Getsemaní?
¿Cómo afrontaron los discípulos la pérdida de Jesús—aunque su pérdida duró solo tres días, ya que Él resucitó como el Señor Vivo?
Las etapas del duelo
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross describió un marco conocido sobre el duelo. No todos atraviesan estas etapas en el mismo orden, pero nos ayudan a reconocer el camino del corazón:
1. Negación – “Esto no puede ser verdad.”
- Qué sucede: La mente resiste la realidad, protegiéndonos de quedar abrumados.
- Ejemplo cotidiano: Después de la muerte de un ser querido, alguien puede seguir poniendo un plato en la mesa para él o mirar la puerta esperando que entre.
- Eco bíblico:
“Cuando Jesús habló de su muerte próxima, los discípulos no pudieron aceptarlo”
(Mc 8,31–32).
2. Ira – “¿Por qué yo? ¿Por qué ellos?”
- Qué sucede: Surge la frustración—contra Dios, los médicos, el destino o incluso contra quien ha muerto.
- Ejemplo cotidiano: Una viuda puede sentirse enojada al ver parejas felices. Un padre en duelo puede molestarse cuando otros se quejan de sus hijos.
- Eco bíblico:
“Job, en su sufrimiento, clamó con amargura preguntando por qué había caído sobre él tal dolor”
(Job 3,1–11).
3. Negociación – “Si tan solo…”
- Qué sucede: La persona en duelo repasa escenarios, buscando controlar o deseando que las cosas hubieran sido diferentes.
- Ejemplo cotidiano:
Un hijo puede pensar: “Si tan solo hubiera llevado a mi padre al médico antes, quizás aún estaría vivo.”
Tras una ruptura, alguien puede decir: “Si hubiera dicho algo diferente, quizá ella se habría quedado.” - Eco bíblico:
“El rey David ayunó y suplicó a Dios que salvara a su hijo”
(2 Sam 12,16–17)
4. Depresión – “Me siento vacío.”
- Qué sucede: La tristeza, la soledad y la pesadez llenan el corazón. La vida pierde color.
- Ejemplo cotidiano: Un cónyuge en duelo puede dejar de disfrutar cocinar, cultivar el jardín o ver a los amigos. Un adolescente puede aislarse tras la muerte de un abuelo.
- Eco bíblico: El salmista se lamenta:
“Mis lágrimas son mi pan de día y de noche”
(Sal 42,3).
5. Aceptación – “Es doloroso, pero puedo seguir adelante.”
- Qué sucede: Se reconoce la realidad de la pérdida. El dolor permanece, pero la vida empieza a tomar nueva forma.
- Ejemplo cotidiano: Una madre que perdió a su hijo puede fundar una organización en su memoria. Un viudo puede volver a compartir comidas con amigos, atesorando recuerdos sin derrumbarse cada vez.
- Eco bíblico: El Cristo Resucitado ayudó a sus discípulos a aceptar su partida y descubrir una nueva misión:
“No me retengas… ve a mis hermanos”
(Jn 20,17).
La comprensión bíblica y espiritual del duelo
1. Lamento – Clamar a Dios en nuestro dolor
Perspectiva bíblica:
La Biblia nos da permiso para llorar abiertamente.
Casi un tercio de los Salmos son salmos de lamento, donde el pueblo de Dios expone su dolor y hasta su ira ante Él.
Por ejemplo, el Salmo 13 comienza:
“¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre?”
Incluso Jesús oró palabras de lamento en la Cruz:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
(Mt 27,46; cf. Sal 22).
Comprensión espiritual:
El lamento no es falta de fe—es fe en acción.
Al lamentarnos, no nos alejamos de Dios, sino que clamamos a Él confiando en que nos escucha. Espiritualmente, el lamento nos enseña a ser honestos con Dios y a entregarle lo más profundo del corazón.
En el duelo, el lamento mantiene viva la relación con Dios, aun cuando sentimos el corazón roto.
2. Presencia – Dios está con nosotros en el dolor
Perspectiva bíblica:
El salmista nos asegura:
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”
(Sal 23,4).
La presencia de Dios no elimina el valle, pero transforma la manera en que lo atravesamos. Isaías también promete:
“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; y cuando cruces los ríos, no te anegarán.”
(Isaías 43,2)
Comprensión espiritual:
El duelo nos hace sentir solos y abandonados, pero la Escritura nos dice que Dios se acerca más en esos momentos.
Su presencia no es solo espiritual, sino también visible en el Cuerpo de Cristo—la Iglesia. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hacen presente a Cristo de manera consoladora y tangible.
Espiritualmente, aprender a reconocer la presencia de Dios en la oración, el silencio y la comunidad nos da fuerza para llevar el duelo con menos temor.
3. Esperanza – Del luto a la confianza en la promesa de Dios
Perspectiva bíblica:
Jesús aseguró a sus discípulos antes de su pasión:
“Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría”
(Jn 16,20).
San Pablo repite esta esperanza en Tesalonicenses:
“No queremos que ignoren… para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios llevará con Jesús a los que murieron en Él.”
(1 Tesalonicenses 4,13–14: )
Comprensión espiritual:
La esperanza cristiana no niega el dolor de la pérdida—lo reconoce, pero mira más allá.
Está enraizada en la resurrección de Jesucristo, que nos asegura que la muerte no es el final.
Espiritualmente, la esperanza nos invita a vivir en el “ya, pero todavía no”:
ya amados, ya redimidos, ya prometida la vida eterna, pero todavía no libres del sufrimiento en este mundo.
La esperanza nos libra de la desesperación y nos da valor para seguir adelante.
4. Sanación y sentido – El duelo transformado por la gracia
Perspectiva bíblica:
San Pablo escribe:
“Bendito sea el Dios… que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que se encuentran en cualquier tribulación con el consuelo que recibimos de Dios”
(2 Cor 1,3–4).
Es decir, la sanación que recibimos se convierte en don para otros.
La historia de José en el Génesis también lo muestra: tras ser traicionado y vendido por sus hermanos, pudo decirles después:
“Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo transformó en bien”
(Gn 50,20).
Comprensión espiritual:
Con el tiempo, el duelo puede convertirse en un canal de gracia.
Las heridas permanecen, pero pueden transfigurarse en fuentes de compasión, sabiduría y misión.
Espiritualmente, esto significa que nuestro dolor no se desperdicia—puede unirse al sufrimiento de Cristo y ofrecerse por el bien de los demás.
Sanar no significa olvidar, sino permitir que Dios escriba un nuevo capítulo tras la pérdida.
Vivir el duelo como cristianos
- Impacto y dolor – Reconocer la herida.
- Lucha con Dios – Presentar preguntas y emociones crudas en la oración.
- Consuelo – Dejar que la escritura, los sacramentos y la comunidad nos conforten.
- Transformación – Permitir que el duelo se suavice en gratitud, fe más fuerte y esperanza en la vida eterna.
La pérdida es real, y el duelo no es algo que podamos saltar o evitar.
Es un viaje del corazón que lleva tiempo—a través de la negación, la ira, las preguntas y las lágrimas.
Amor y pérdida están profundamente unidos. Sin embargo, como cristianos, no nos entristecemos como quienes no tienen esperanza. Dios está cerca de los corazones quebrantados, y en Cristo, el dolor y la muerte no son el final, sino un paso.
El duelo, aunque doloroso, puede abrirnos a la compasión, a una fe más profunda y a la promesa de la vida eterna.
Las lágrimas que derramamos hoy son semillas de la alegría que Dios promete para mañana. En esta verdad encontramos consuelo, fortaleza y valor para comenzar de nuevo.
Vivamos este proceso de pérdida y esperanza con paciencia y compasión. Así como Dios restauró a Lázaro y fortaleció a Job, que también nos conceda esperanza eterna y nueva vida.
¡Somos peregrinos de la esperanza!
¡Que viva la esperanza!